Acceso
< UCR premiará ideas innovadoras en ensayo sobre cambio climático
18.08.2015 09:07 Antigüedad: 9 yrs

Esculturas de la naturaleza en Costa Rica

Bellos monumentos. Los procesos ambientales han provisto a Costa Rica de obras pétreas de singular belleza


El puente de Piedra sobre el río Poró en el cantón de Grecia (Alajuela). Foto: Laura Castro para La Nación.

Guillermo Alvarado Induni galvaradoi@ice.go.cr

A lo largo de miles de años, mediante la erosión, la disolución y la precipitación química, la naturaleza ha construido “edificios” y “esculturas” de una belleza sin paralelo. Muchas de ellas superan con creces a las realizadas por el ser humano. Unas de ellas son las cuevas con sus formas caprichosas, vida particular y minerales hermosos, a las cuales nos referiremos en otra ocasión.

Sin embargo, existe otro tipo de obras monolíticas con leyendas relacionadas o cuya historia pétrea está oculta. Allí, tan solo el ojo entrenado del detective geológico puede entender el lenguaje mudo de las páginas de la historia de la Tierra. Por ello, haremos un recorrido por algunas de ellas, desentrañado su historia y la mano escultora.

El puente de piedra. Una hermosa y particular obra, labrada por la naturaleza, es el puente de Piedra , de donde tomó el nombre el pujante distrito de Grecia (Alajuela). Se trata de un puente natural, aún en uso por automóviles y buses, que conectan la ruta con Rincón Salas, Tacares y La Argentina. Quien no lo conoce, difícilmente podrá apreciarlo a menos que pregunte. Esta hermosa obra se formó con una roca volcánica explosiva (llamada ignimbrita por los vulcanólogos), que tuvo su origen hace 400.000 años.

Una gran explosión, procedente del cerro Zurquí , otrora un volcán activo (“abuelo” del volcán Barva ), fue de tal magnitud que alcanzó parte de lo que hoy conocemos como puente de Mulas y Tacares de Grecia, rellenando los cauces de los ríos pretéritos con nubes incandescentes de cenizas y escoria.

Allí, una vez enfriado y hecho roca, el depósito volcánico comenzó a ser labrado por una quebrada (llamada Poró) hasta que horadó su base para desarrollar primero un pequeño túnel y después un puente natural.

Una leyenda cuenta que un campesino muy pobre hizo un pacto con el diablo: su alma pertenecería al reino de las tinieblas si el ángel caído le daba una finca y construía un puente para él movilizarse antes de que cantase un gallo. El pacto fue hecho: el paisano ya tenía su finca, y tan solo le faltaba al diablo colocar la última piedra del puente.

Sin embargo, debido a una artimaña del avispado hijo de Grecia, el gallo se adelantó con su canto, de modo que el “pisuicas” no pudo completar su promesa para adueñarse del alma.

Por ello, al arco del puente, por debajo, le falta una piedra para cerrar su forma geométrica casi perfecta, testigo mudo de un trato no cerrado.

Los arcos naturales. Al igual que en el puente de Piedra, que es también un arco natural, la erosión del agua busca las zonas de debilidad mecánica (grietas, fallas) y química (minerales más solubles o alterables) de las rocas. Su accionar por un tiempo indefinido y sin prisa alguna, va poco a poco debilitando las rocas.

Es así como las olas, con su golpeteo eterno y sus aguas cargadas en sales, van labrando las rocas de nuestras costas.

El resultado son los vertiginosos acantilados, los islotes, las plataformas litorales, las pequeñas cuevas y los hermosos arcos de roca.

Dentro de ellos, por su belleza y majestuosidad, sobresalen los arcos marinos presentes en Dominical. Dichos arcos están labrados en areniscas que alguna vez, hace unos 20 millones de años, formaron parte del fondo oceánico.

Con el tiempo, las arenas y los barros marinos, se compactaron y se hicieron roca, mientras que la tectónica activa las levantó. Poco a poco, la erosión marina comenzó a cincelarlas hasta que la incisión formó un arco de piedra.

Otros arcos, igualmente hermosos, se encuentran en la isla del Coco. Allí están labrados en rocas volcánicas (basaltos) de unos dos millones de años de antigüedad. Sin embargo, las investigaciones submarinas lograron fotografiar arcos a 90 metros de profundidad.

Esos arcos posiblemente se formaron durante la última máxima glaciación, hace unos 18.000 años, cuando el nivel del mar descendió entre 110 y 160 m. Con el deshielo y la subsidencia del volcán extinto del Coco, quedaron sumergidos y preservados de la erosión de las olas, testigos mudos de la última edad del hielo.

Los monolitos emblemáticos. Varios cerros poseen formas conspicuas, donde la roca está expuesta o la vegetación a duras penas se aferra a sus acantilados. Entre muchos, tenemos la piedra de Aserrí y los cerros de Escazú ( pico Blanco y San Miguel), donde una leyenda cuenta que la bruja Zárate divaga de un monolito al otro.

La piedra de Aserrí está conformada por rocas sedimentarias con fragmentos volcánicos, con una edad de unos 19 millones de años, aunque su forma es más reciente, producto de la erosión.

De igual modo, los cerros de Escazú están conformados por el mismo tipo de rocas sedimentarias que la piedra de Aserrí, pero, allí, una intrusión de magma hace unos seis millones de años, coció, por así decirlo, a la roca sedimentaria, endureciéndola.

Esa erosión expuso las rocas más resistentes (llamadas cornubianitas y granodioritas) y permitió la formación de los monolitos visibles desde cualquier parte del Valle Central, orgullo de los escazuceños.

Otros cerros, igualmente majestuosos e imponentes, son la Piedra, en San Isidro de El General, donde se levantaba el Cristo Redentor (antes de que un rayo lo destruyera) y los crestones, que se sirven como contrafuerte al cerro Chirripó, ambos constituidos por rocas volcánicas (unos 12 millones de años).

Los Crestones fueron labrados por varios periodos glaciares. Las lenguas de hielo (200 m de grosor y 4 km de longitud), en su lento movimiento ladera abajo, iban puliendo y arrancando peñascos hasta dejar esculpido estos acantilados.

El último vestigio glaciar se dio hace unos 10.500 años, dejando expuesto a estos monolitos una vez derretido el hielo, como si fueran los cuatro diablos de la mitología bribri convertidos en piedra por el dios Sibü, condenados a residir en las cimas en castigo por sus andanzas.

Las cebollas de lava. En el cauce del río Virilla se presentan unas esculturas en piedra sin paralelo, incluso en el mundo. Se trata de grandes “cebollas” de lajas de lava, de lo que fue una vez un torrente al rojo vivo que se movilizaba por el piso del actual Valle Central, hace 331.000 años.

Durante el enfriamiento de la lava, la contracción térmica produjo que se formaran lozas curvilíneas de roca, cuyo origen es aún enigmático y objeto de estudio por parte de los vulcanólogos.

No deja de sorprender que, en el fondo del río Virilla , nauseabundo, moribundo y contaminado hasta más no poder, olvidado de los ambientalistas, sobrevivan lugares de una belleza extraordinaria, que hasta hace escasamente un siglo eran lugares frecuentados para paseos dominicales y para tomar baños y la pesca recreativa de barbudos.

Algunas de estas maravillas de la naturaleza están protegidas dentro de parques nacionales, pero muchas otras (incluyendo varias no descritas acá) no están protegidas; se exponen a su destrucción de la mano del hombre y del acelerado desarrollo urbanístico.

Varios de estos lugares deberían protegerse como geomonumentos, tal y como se hace en otros países preocupados por el patrimonio geológico.

El autor es doctor en geología y miembro de la Academia Nacional de Ciencias.

Fuente: La Nación


No hay comentarios
Añadir comentario

* - campo obligatorio

*




Imagen CAPTCHA para prevenir el uso abusivo Si no puede leer toda las letras, haga clic aquí.

*
*